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JESÚS EN LA BATALLA
Durante una época en la que me sentía particularmente en guerra en mi ministerio, decidí estudiar lo que Jesús enseñó y demostró en términos de la guerra espiritual personal. Me hice con una edición con pastas de papel de la Biblia y, con un marcador fluorescente, empecé a marcar las veces en las que Jesús estuvo en algún tipo de conflicto espiritual.
La manera en la que definí guerra era los momentos en los que el enemigo intentó hacer daño a Jesús o evitar que cumpliese con Su propósito. Subrayé cada vez que Su vida se vio amenazada o fue agredido con violencia física, acusaciones falsas, difamación, traición, complot, trampas, engaño, murmuración, condenación, intimidación, insultos y otras formas de rechazo. También experimentó lo que nosotros llamamos “abuso espiritual” de mano de aquellos que estaban en autoridad. Todas estas son las mismas armas que utiliza el enemigo contra nosotros hoy.
Una vez hube terminado de subrayar, hojeé los cuatro evangelios con el dedo y me sorprendió ver lo marcado que estaba. Jesús estuvo en un conflicto constante desde Su concepción hasta la cruz.
Empecé a ver un patrón de cómo el diablo prefería utilizar a los que estaban más cerca de Jesús para hacerle daño y ser obstáculo para Él. Por ejemplo, usó a Judas Iscariote a causa de su proximidad a Jesús. Después también estaba Pedro. En un momento estaba hablando por revelación del Espíritu y al momento siguiente estaba siendo usado por el enemigo para evitar que Jesús cumpliese con Su propósito.
A ninguno nos agrada la idea de que el enemigo pueda utilizar a los más cercanos a nosotros para poder decir en voz alta las cosas que él quiere decir, a menudo hiriéndonos y estorbándonos. El hecho es que el enemigo quiere utilizar al cuerpo más cercano al nuestro para evitar que hagamos la voluntad de Dios. Podría utilizar a un familiar, a un amigo, al pastor o a un miembro del consejo, a cualquiera que te apoye en una ocasión y se ponga en contra al momento siguiente. Él sabe que esto puede desviarnos más contundentemente que si utilizase a alguien que no conocemos.
Si le ocurrió a Jesús, ¿por qué debería sorprendernos si nos ocurre a nosotros?
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